miércoles, 9 de octubre de 2024

Batalla de Lepanto: cuando un poderoso ejercito cristiano salvó a occidente del Islam

  Parafraseando a san Jerónimo, podríamos decir que, a mediados del siglo XV, “el mundo se despertó musulmán”. En efecto, el gigante dormido del Islam se levantó en el terrible Imperio Otomano, que comenzó a devastar África, Asia y Europa Central, llegando hasta las puertas mismas de Occidente. El avance fue tan rápido e inesperado que ni los papas ni los reyes cristianos reaccionaron contra el enemigo común, como antaño lo habían hecho en las Cruzadas.

 En 1453, Mohamed II se apoderó de la capital del cristiano Imperio Romano de Oriente, Constantinopla, transformando la basílica de Santa Sofía en gran Mezquita (lo que volvió a hacer Erdogan el año pasado). Diez años después caían Bulgaria, Serbia, Belgrado y Croacia. Al mismo tiempo, la ola turca avanzó sobre Grecia, asegurándose la isla de Eubea, Atenas y todo el Peloponeso. No tardaron en cruzar el Adriático y desembarcar en la ciudad italiana de Otranto, destruyéndola y masacrando a toda la población en 1481.

El Papa de aquel momento que fue histórico para la cristiandad, San Pio V.



A su vez, los otomanos conquistaron a los mamelucos de Egipto (1517), adueñándose de Túnez y Argel, y haciendo que los “moderados” se volviesen más fanáticos que antes. Así avanzaron sobre Palestina y Arabia, y proclamaron en La Meca a Selim, como único sultán del imperio.

 Dos años después atacaron el corazón de Europa Central: Belgrado, que luego de varios intentos, cayó bajo el poder mahometano. Lo mismo pasó en la isla de Rodas, a pesar de la heroica resistencia de los Caballeros de San Juan. Para 1526 los tenemos instalados en Budapest, previo asesinato del rey Luis de Hungría. Rumania, Albania y la Calabria italiana fueron arrasadas, hasta que les llegó el turno a los franceses de Niza y Toulón. Le siguieron las islas mediterráneas de Córcega, Elba y Menorca. El broche de oro fue Chipre, bastión católico desde la época de las Cruzadas, que capituló en 1570 con una espantosa matanza. Tampoco se salvó el Adriático, desde Corfú hasta Venecia se multiplicaron las incursiones islamitas y comenzó a peligrar la misma Roma.

 En poco más de un siglo, la Cristiandad había quedado reducida a “un cantón de Europa”, como dice el historiador Jean Dumont, sin que nadie pudiese detener la embestida turca; las ciudades conquistadas quedaban bajo dependencia directa del Sultán.

 Para peor, con los cristianos capturados, los otomanos crearon dos inmensos campos de concentración y tráfico de esclavos en Túnez y en Argel, donde se llegó a tener más de un millón de cautivos. En aquella época, los prisioneros eran obligados a remar como galeotes bajo las órdenes del Sultán; cuando su cuerpo extenuado no respondía más, una cimitarra les cortaba la cabeza y sus despojos eran arrojados al mar. Otros cautivos de mayor categoría se convertían en preciados rehenes del chantaje turco, pidiendo por su liberación exorbitantes sumas de dinero o vendiéndolos como esclavos a otros cofrades. Tal fue el caso del pobre Cervantes, cautivo en Argel, vendido luego a un renegado que lo maltrató con trabajos forzados y reclusión, hasta que otros cristianos pagaron su rescate.


Doble vergüenza

 Ahora bien, el avance del Islam no hubiera ocurrido, sin la fundamental colaboración proporcionada nada menos que por un reino católico, Francia. Como bien lo denuncia y prueba el mencionado Jean Dumont en su magnífico libro de Lepanto, la historia oculta. En efecto, la información, el material bélico, los barcos y hasta el dinero para financiar la flota enemiga durante el avance fueron suministrados en gran parte por Francisco I, Enrique II y Carlos IX sucesivamente. Estos monarcas se convirtieron en cómplices y protagonistas de la expansión turca. Veamos algunas de sus perlitas…

 Desde que Carlos V fue elegido cabeza del Sacro Imperio, Francisco I, decepcionado, comenzó a desarrollar una política anti-española, y por lo tanto, anti-católica, llevando a la Hija Mayor de la Iglesia a tocar fondo, al traicionar de raíz su vocación primordial. Por empezar, a partir de 1520, el rey francés alentó cuanta sublevación mora se produjo en suelo español, pasando luego a mayores, con el establecimiento de una alianza ofensiva entre Francia y el Islam, contra la Cristiandad.

 Apoyando la rápida conquista del sultán Solimán en Europa, Francisco I se convirtió en su aliado principal, con el único objetivo de jugarle una mala pasada a su rival Carlos V, emperador de la casa de Austria. Su ceguera quedó en evidencia cuando hasta los mismos príncipes luteranos condenaron la traición francesa y auxiliaron a los españoles en defensa de Viena, salvando así la capital asediada de las garras otomanas. No obstante, los alemanes no vacilarán luego en unirse al Islam contra el catolicismo.

El rey de Francia Francisco I se alía con el turco Solimán el Magnífico.

 En 1535, Carlos V organizó una cruzada para rescatar a los cautivos de Túnez, plaza fuerte de Barbarroja, almirante de Solimán. Al llamado del emperador concurrieron los ejércitos pontificios, el rey de Portugal, los Caballeros de Malta y hasta ¡Francisco I dio su palabra! Aunque ni bien recibió la confidencia, envió un agente secreto al almirante berberisco para revelar el plan católico. Con todo, y pese a su traición, la incursión tuvo éxito y más de 20.000 cristianos fueron liberados.  

 Lamentablemente, no solo el poder político, sino también el eclesiástico estuvo comprometido a favor del Islam. Los turcos consiguieron la complicidad de algunos obispos galicanos, como fue el conocido caso de Mons. Pellicier de Montpellier, quien se desvivió por complacer al Sultán. Así, mientras Carlos V planeaba una nueva irrupción en Argel para liberar más cautivos, “los agentes secretos de Francisco I -especialmente el obispo Pellicier- mantuvieron informado a Barbarroja de los movimientos de la flota española”, nos revela Dumont. Así, el ataque fracasó y los cristianos debieron continuar sufriendo su calvario gracias a un prelado seudo-católico que, si bien había sido destituido por Roma, se mantenía en sus trece con apoyo del monarca.


El Pachá a las órdenes francesas

 Como si esto fuera poco, en 1543 Solimán escribía a su amigo Francisco I: “Te he concedido mi temible flota, equipada con todo lo necesario. He ordenado a Barbarroja, mi ‘Kapudán Pachá’ (almirante en jefe) que escuche tus instrucciones” (Sic!). Ahí lo tenemos… ¡el rey de Francia convertido en comandante de la flota islámica! En efecto, bajo sus órdenes, Barbarroja arrasó la costa siciliana y luego se dirigió a Marsella, donde su tropa fue agasajada con regalos. El Pachá turco recibió una espada de honor en nombre del rey, de la que más tarde se sirvió para degollar cristianos de Niza.

 Más aún, Francisco I concedió a la escuadra islamita, el puerto militar de Toulón como refugio para pasar el invierno, haciendo expulsar manu militari a gran parte de la población cristiana con el fin de dar “acogida” a 30.000 “huéspedes” musulmanes. Desde allí, Barbarroja aumentó sus saqueos en la costa mediterránea con el guiño del rey francés.

 Cuando la situación se volvió escandalosa y las protestas francesas se tornaron violentas en el mismo puerto, Francisco I, asustado, se vio obligado a comprar la retirada de Barbarroja y los suyos. No le fue nada fácil, ya que el Pachá era un especialista en chantaje y puso un alto precio a su partida: 800.000 escudos de oro (suma que sobrepasaba el valor de Toulón). El rey terminó, prisionero en su propia trampa, acabó desembolsando hasta el último escudo. Días después, la escuadra turco-franca, se retiró devastando a su paso las costas de Nápoles, Sicilia, Calabria y Cerdeña, al abrigo de galeras flordelisadas cargadas de cristianos cautivos. Cuando llegaron a Constantinopla, Solimán los recibió como verdaderos héroes.

 Para la Europa cristiana, la alianza franco-islamita fue un escándalo mayúsculo. En una declaración oficial, los protestantes de la Dieta de Spira, expresaron su rechazo visceral: “El rey de Francia es tan enemigo de la Cristiandad como los propios turcos”. Y hasta Enrique VIII se solidarizó con Carlos V, renovando viejas alianzas.

 Luego de la muerte del rey francés, Enrique II continuó con la política traidora de su padre, entregando en 1552 material bélico a los berberiscos de Argel, con el fin de realizar operaciones navales conjuntas contra Nápoles. La intención galicana del nuevo monarca era impedir el Concilio de Trento, cuya participación ya había prohibido a los obispos franceses. Sin embargo, la realidad se le impuso y, asustado por el desastre de sus tropas en San Quintín[2], el rey recapacitó dejando atrás su alianza con los turcos. No obstante, el daño ya estaba hecho.

 Con la asunción de Carlos IX en 1568, los hugonotes antiromanos volvieron al poder y con ellos la nefasta política pro-islam. En este marco, fue enviado a Constantinopla el obispo de Dax, Mons. Noailles, para tratar con el sultán Selim II, quien llegó a firmar un acuerdo franco-turco para atacar el alma de la Cristiandad: Roma. Aunque la ofensiva no llegó a consumarse, el rey francés se dio el gusto de humillar a San Pío V, enviándole como embajador al traidor Noailles, a pesar de haber sido desposeído de su investidura y declarado “herético notorio” por el Santo Padre.

Expansionisno e influencia del imperio otomano (Islam), en verde y el imperio español (cristiano) en rojo.

 Como bien apunta Dumont, “el turquismo y el galicanismo siempre fueron consustanciales” en su odio contra la Cristiandad cristalizado en el contubernio de Francia y el Islam, con la complicidad de algunos príncipes protestantes.


La Liga Católica

 Mientras tanto en Occidente se preparaba “el ejército de los santos y la nube de las oraciones…”, como dice bellamente Braudel. San Pío V había hecho un llamamiento a la cruzada en 1570 para formar una Liga Santa contra el turco.

 Ante todo, el Papa dirigió una súplica in extremis al rey de España, Felipe II: “De ti en primer lugar, muy querido hijo de Cristo, imploramos la ayuda y el auxilio. Tu Madre, la Santa Iglesia, se postra ante ti gimiendo y llorando”. El monarca, con una cosmovisión verdaderamente “católica”, más aun si tenemos en cuenta que no había terminado de sofocar las revueltas moriscas de Granada, escribió sin dudar: “Los intereses de la Iglesia están por encima de los míos. He decidido emplearme en hacer realidad la alianza que deseáis, dando instrucciones para que se trabaje en ello. ¡Que el Señor guarde a Vuestra Santidad y haga crecer la prosperidad de la Iglesia Católica!”.

 De manera similar respondieron los venecianos y la soberana Orden de Malta, expertos en combates navales. Apoyo menor dio el Duque de Saboya y del Piamonte, como también Génova, Mantua, Luca, Toscana, Ferrara, Cerdeña, Milán y Sicilia… pequeños reinos y ducados que habían sufrido las acechanzas sarracenas y que decidieron sumarse hasta formar ¡una Italia! Desde el punto de vista político y nacional, la alianza de italianos y españoles contra el Islam, fue una novedad absoluta y de muchísima importancia.

 La unión hizo la fuerza, formándose una invencible “trilateral católica” financiada principalmente por España, seguida de Venecia y el resto por los Estados Pontificios.

 Así, el 25 de mayo de 1571, el Santo Padre proclamaba solemnemente la cruzada desde la Basílica de San Pedro… sin la presencia de Francia en la Liga Santa ¡Vergüenza histórica! Más aún si tenemos en cuenta que, cuando san Pío V había enviado al cardenal Alexandrini para pedirle a Carlos IX su participación, el rey se dio el gusto de rechazar la oferta en “virtud de los tratados y alianzas de comercio con los turcos que acaba de renovar” (Sic!). Una vez más, la Hija Mayor de la Iglesia renegaba de su Madre… y del “Señor de la Historia”, que le daba otra oportunidad para que inscribiese una nueva gesta en el Libro de la Vida.

 En el Juicio de las Naciones se le pedirá cuenta. Mientras tanto, la monarquía pagó con su sangre y la de su pueblo, que incluso actualmente debe resignarse a que los mismos puertos facilitados entonces a la flota turca, como Marsella, Niza y Toulón…, se hayan vuelto los principales bastiones musulmanes, con barrios fuera de la ley, donde ni la policía consigue entrar.

Cuyo nombre era Juan…

 Teniendo en cuenta la participación de dinero, hombres y barcos, el mando general correspondía a los españoles; Felipe II propuso a su hermanastro, Don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V, de tan solo 26 años. Un joven apuesto con gran liderazgo, que ya había provocado serias derrotas a los turcos; además de contar con las cualidades necesarias para el cargo: “piadoso, apasionado, valiente y seductor y de gran capacidad diplomática y militar”. Por su parte los genoveses y venecianos contaban con almirantes de muchísima mayor experiencia y carrera militar. Y como San Pío V había convocado a la Cruzada, a él correspondía zanjar la delicada cuestión, que no parecía ser tan evidente. El tiempo apremiaba y, mientras se asesoraba, el Papa no dejó de rezar suplicando al cielo una señal que lo ayudase en la elección correcta.

Don Juan de Austria por Alonso Sánchez Coello (1567)

Un día, al finalizar la Misa, tuvo una inspiración divina mientras recitaba en silencio el último Evangelio: “Hubo un hombre, enviado de Dios, cuyo nombre era Juan…” Por unos instantes no pudo continuar, el tiempo quedó suspendido, hasta que retomó la lectura con una leve sonrisa. El versículo le había iluminado su inteligencia confirmándole al príncipe Juan como Generalísimo de la Santa Liga.

 Al arsenal de Sevilla se le encargó la construcción de gran parte de la flota y del equipamiento de la Galera Real para el príncipe español: un enorme navío de 50 metros de largo con 300 remeros, rematado por un Hércules gigantesco en la proa y una estatua de la Gloriosa Virgen María en la popa. Allí debían embarcarse los retoños de la nobleza andaluza, los famosos “infantes”, como el joven Miguel de Cervantes Saavedra, de 24 años.

 Desafiando el mal tiempo, la Nave Capitana zarpó con sus galeras hacia el puerto de Mesina para reagrupar fuerzas. Sin perder tiempo, el Generalísimo logró organizar y unificar la gran flota cristiana bajo su único mando. En total 80.000 hombres, de los cuales 50.000 eran marineros y 30.000 soldados de infantería. Considerando el peligro que para una armada compuesta de diferentes reinos y ducados, representaba la multiplicidad de capitanas, que al primer desacuerdo podrían abandonar la flota; Don Juan decidió unificarlos en escuadras comunes, donde todas las fuerzas estaban mezcladas y cada uno quedaba al servicio del conjunto. Esta integración de aliados fue una extraordinaria novedad que evitó iniciativas divergentes en momentos inoportunos, dando a la armada católica una homogeneidad y solidez excepcional.

Réplica de la Nave capitana en el Museo Marítimo de Barcelona.

 La fuerza principal de la Liga era la escuadra española, con 164 barcos frente a los 134 de Venecia y los 18 del Papa -comprendidos navíos ligeros, fragatas, bergantines y otros-, aunque lo que realmente contaba eran las 208 galeras y 6 grandes galeazas con cañones bien pesados. Toda la artillería fue llevada al frente y en forma masiva. Para aumentar la potencia de fuego en las otras galeras, el Generalísimo hizo aserrar sus altos espolones, permitiendo un tiro directo y frontal, en lugar del curvo habitual. También mandó reforzar las batayolas de las galeras con paneles de madera, detrás de los cuales, los combatientes podrán protegerse de la nube de flechas envenenadas que lanzaban los turcos. No olvidemos que un arco podía tirar más de 30 flechas mientras se cargaba apenas un tiro de arcabuz.

 Así partieron las cinco escuadras con La Real en el centro; el genovés Juan Andrea Doria en el ala derecha[3] y el almirante Barbarigo a la izquierda; en segundo puesto, Marco Antonio Colonna, general de la escuadra pontificia. Y atrás, bien escondida, se reservó el non plus ultra de la flota al mando de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, “relámpago de la guerra, jamás vencido”, como lo llama Cervantes.

Con este signo vencerás…

 En Nápoles, el príncipe español recibió solemnemente el bastón de mando supremo y un inmenso estandarte de Jesús Crucificado con la inscripción constantiniana: In hoc signo vinces, bendecido por San Pío V. Al entregárselo, el cardenal repitió en latín, español y veneciano, lo que resumía el espíritu de la cruzada: “¡Toma, príncipe afortunado, la enseña del Verbo verdadero hecho Hombre! ¡Toma la imagen viva de la Santa Fe de la que, en esta empresa, tú eres el defensor! ¡Que ella te dé la victoria sobre el enemigo impío y que, por mediación de tu mano, sea abatido el soberbio!”. En cuanto se desplegó al viento el lábaro, Don Juan fue el primero en caer de rodillas, siguiéndole toda la tropa que al unísono respondió: ¡Amén!                 

Reproducción del estandarte y pendón original que blandeó en la nave capitana (Museo de la Santa Cruz, Toledo)

 Luego de ayunar tres días, confesarse y comulgar, el Generalísimo se preparó para embarcar en paz con Dios y con su alma; su piadoso ejemplo fue imitado por miles de marineros y soldados. Como si la coraza espiritual fuera insuficiente, Don Juan ató a su cuello un pequeño relicario que el Santo Padre le había obsequiado con un fragmento de la Vera Crux. Y en la punta del gran mástil de La Real hizo adosar el crucifijo milagroso que le había ofrecido su querido preceptor, Luis de Quijado.

Juan de Austria recibe de rodillas el estandarte (Fresco en Iglesia de la Visitación, Ain Karim)

 Antes de partir, el nuncio papal impartió la bendición con indulgencia plenaria para aquellos que muriesen en combate. Cada galera fue provista con un capellán -jesuita, franciscano o capuchino- que sin cesar llamaban a la oración y al arrepentimiento. Don Juan pasó una última revista a sus tropas, mientras distribuía medallas, escapularios y rosarios, diciendo: “Habéis venido aquí por voluntad de Dios, ¡Poned vuestra esperanza en el Dios de los Ejércitos!”

 Finalmente, el 16 de septiembre, zarparon en busca de la armada otomana. Durante tres semanas de mal tiempo, enviaron exploradores y pequeñas expediciones sin resultado… Hasta que el 3 de octubre un marino divisó la flota enemiga fondeada a la entrada del estrecho y profundo golfo de Lepanto[4], que separa el Peloponeso de la Grecia continental.

En rojo el itinerario de la flota católica hasta encontrar a los turcos en el Golfo de Lepanto (Patras)

Cara a cara

 Al amanecer del domingo 7 de octubre de 1571, la armada cristiana se dirigió a la batalla bajo pésimas condiciones. A causa del viento en contra y de la estrechez del canal, la flota se desunió en la entrada, necesitando tres horas para alinearse nuevamente, mientras los turcos intentaban rodearlos con sus galeras más rápidas y ligeras, impulsadas por el viento a su favor.    

 La Sultana, nave capitana comandada por Alí Pachá, estaba secundaba por otra galera con músicos, médicos, astrólogos y hasta sus dos hijos menores. Pues los musulmanes estaban tan seguros de la victoria, que festejaban por adelantado al compás del pífano y del tamboril. Parecía evidente… contaban con 120.000 combatientes y remeros, una poderosísima artillería y 230 galeras, sin contar buques de carga. En total más de ¡400 barcos! La flota más grande que hasta el momento se había visto en el Mediterráneo. Los números hablaban por sí solos: 56 galeras de Shuluk contra 53 de Barbarigo, 96 de Alí contra 62 de Don Juan; 94 de Uluj Alí contra 50 de Doria.

Pintura de Fernando Bertelli (1572)

 No obstante, la falta de unidad moral les jugaba en contra. Los jefes musulmanes apenas si estaban yuxtapuestos bajo un mando común, y su falta de cohesión también se advirtió desde el comienzo, cuando varios capitanes mudaron de parecer y se separaron de Pachá. La endeble situación, se vio agravada por el carácter opresivo del Islam, el mismo Alí se vanagloriaba de contar: “con tantos esclavos como soldados”. Es decir, una flota sometida bajo el látigo y la cimitarra. Esos esclavos eran antiguos niños raptados, a quienes agregaron como remeros un gran número de cristianos capturaros a último momento en las costas del Peloponeso.


Non plus ultra…

 Recuperando su formación inicial en cruz, las galeras cristianas lograron bloquear la abertura del embudo y encerrar al adversario en su propia guarida del golfo. Así, desplegadas en línea de batalla, cortaron la salida al mar, forzando al enemigo a una guerra de sitio, casi inmóvil, en la que los cañones, arcabuces y defensas españolas, fueron inclinando la balanza.

 Pronto la artillería pesada de las galeazas envió a pique a media docena de galeras turcas. Alí Pachá quedó impávido, no salía todavía del golpe cuando una nueva dificultad se presentó: el viento cambió repentinamente de dirección soplando del lado cristiano. Como consecuencia, el espeso y oscuro humo de los cañones, terminó cegando la visión completa de sus tiradores.

 Luego de una derrota parcial de la escuadra de Doria, La Sultana arremetió su espolón contra La Real, empotrándose hasta la cuarta fila de remos. La situación se volvió dificilísima para los cristianos en una lucha cuerpo a cuerpo. Espada en mano, Don Juan debió entrar en combate, siendo herido levemente. Fue en ese momento límite, cuando apareció la reserva, el non plus ultra con las banderas desplegadas de la Inmaculada Concepción, dando la victoria definitiva.

 Ni bien los españoles se apoderaron de La Sultana, hicieron izar en el mástil el estandarte de la Santa Liga, arriando el del profeta. Para Alí Pachá fue el fin, algunos dicen que se suicidó, otros que murió en combate. La galera de los músicos con sus hijos fue capturada, la escuadra de Uluj Alí huyó despavorida con 50 galeras, pero el Marqués de Santa Cruz y Doria se lanzaron a su persecución, logrando hundirle la mitad de los barcos.

 La victoria cristiana fue aplastante: de las 230 galeras turcas, solo 30 volvieron a Constantinopla, 155 fueron capturadas y el resto quedó hundido bajo las aguas. Unos 30.000 musulmanes murieron en combate y 5.000 terminaron prisioneros. Mientras que 15.000 galeotes cristianos fueron liberados, en medio de una alegría inimaginable.

 Don Juan por su parte, debió lamentar la pérdida de 15 galeras, 8.000 caídos y más de 21.000 heridos que llevaron orgullosos la cicatriz de su victoria. Tal fue el caso del autor del Quijote de la Mancha, conocido también como “el manco de Lepanto” por haber quedado inmovilizado de brazo, mientras 40 compañeros y el propio capitán de su galera, perdieron la vida. El sacrificio heroico de tantos había valido la pena. El mar, enrojecido de sangre, era de nuevo ¡cristiano!


Non nobis… 

 Terminemos con unas palabras para quien fuera el alma de la cruzada: San Pío V. Un hijo de pobres -su familia había sido saqueada por las incursiones islámicas-, convertido luego en dominico. Viajaba siempre de a pie con sus alforjas al hombro y ya siendo Papa, continuó con la costumbre. Durante la preparación y el desarrollo de la batalla hizo doblegar los rezos con las Cuarenta Horas, multiplicando procesiones presididas por él, donde siempre se lo vio descalzo. Como buen hijo de Santo Domingo, no dejó de desgranar su Rosario, popularizándolo entre los cristianos de Roma y del mundo entero.

 Gracias a la familiaridad que tenía con el mundo sobrenatural, fue favorecido por una visión milagrosa de la victoria en el mismo instante en que se daba en Lepanto ¡A unos 1.000 km. del Vaticano! Aquel 7 de octubre, mientras examinaba unas cuentas con varios prelados: “De repente, -cuanta su tesorero Busotti- como movido por un impulso invencible, se levantó, se acercó a una ventana, la abrió y miró hacia el Oriente… quedándose en contemplación. Después se volvió hacia sus visitantes y, con los ojos todavía brillantes por el éxtasis, dijo: ‘No nos ocupemos más de estos negocios, vayamos a dar gracias a Dios. La armada cristiana acaba de conseguir la victoria’”. Despidiéndolos rápido, se dirigió a su oratorio privado para sumirse en profunda acción de gracias en medio de una emoción indescriptible.



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Diecisiete días después, el 24 de octubre, un correo nocturno llegó a Roma, enviado por el dogo de Venecia, uno de los primeros en recibir la buena nueva. Como bello símbolo del anuncio, el mensajero desembarcó de la galera Arcángel Gabriel. Y a pesar de la hora inoportuna, se lo condujo ante el Papa para confirmar en la tierra lo que el cielo ya le había adelantado.

 De inmediato el Santo Padre ordenó despertar a todos los huéspedes del Vaticano para convocarlos en la capilla a fin de glorificar a Dios: “El señor ha escuchado la súplica de los humildes y no ha desdeñado su petición. ¡Qué estos hechos sean escritos para la posteridad y que los pueblos que han de venir alaben al Señor!”, exclamó mirando a lo alto. Al día siguiente, Roma despertó con alegría al repique de todas las campanadas, mientras se entonaban los Te Deum.

 Fiel al Rosario, San Pío V atribuyó el éxito de Lepanto a la intercesión de la Virgen María, añadiendo a las letanías lauretanas otra invocación: Auxilium Christianorum, ora pro nobis! Además, estableció, el 7 de octubre como fiesta en honor de Nuestra Señora de la Victoria que luego se extendió a toda la Iglesia con el nombre de Nuestra Señora del Santo Rosario, quedando así para la posteridad.

 A su vez, los cristianos en medio de la batalla también habían interpretado el repentino cambio del viento como un hecho sobrenatural, un guiño milagroso del Cielo a su favor, dado por el rezo del Rosario. Fue por ello que el Senado de Venecia hizo grabar en la famosa pintura de Lepanto encargada para el salón de sesiones: “Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii victores nos fecit”, “No fue el valor, ni las armas, ni los jefes, sino María del Rosario la que nos hizo victoriosos”.

San Pio V y la visión de la Victoria. Basílica de Maria Auxiliadora, Turín

 Santo Cristo de Lepanto que presidió la Nave Capitana. (Catedral de Barcelona). Se dice que en plena batalla, esquivó una bala de cañón y a eso se debe la inclinación de su cuerpo.

La gloria

 Comenta el historiador Braudel “Esta victoria aparece como el fin de una miseria, el fin de un verdadero complejo de inferioridad de la Cristiandad y de una primacía turca (…) El peso inmediato de la jornada, fue enorme”. Las fiestas en acción de gracias se sucedieron incesantemente por doquier, ya que “La Cristiandad no cabía en sí de gozo”.

Tumba de Don Juan de Austria en el Escorial, muerto a los 33 años. Con la inscripción en mármol: “Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Joannes” (Jn, I, 6)

 Por su parte, Jean Dumont hace un sentido y vergonzoso mea culpa de su patria: “A nosotros los franceses, nos queda el dolor por no haber participado, como estado, en este salvataje glorioso de la Cristiandad. E incluso por haber hecho todo lo posible -nuestros reyes, políticos y obispos-, para impedirlo”.

 Para España, Venecia y la Iglesia, Lepanto fue la gloria. El Mediterráneo volvió a recuperar la paz y tranquilidad por un largo tiempo. La flota turca dejó de ser una fuerza de asalto y conquista, y quedó a la defensiva. Los otomanos de Constantinopla entraron en pánico, incluso se temió la llegada de la armada española a las puertas de la capital turca.

 En fin, habría mucho más para decir, pero terminemos con la lección que un 7 de octubre nos dejó san Pío X, al afirmar rotundamente: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”. Hoy más que nunca, desde las costas francesas, necesitamos de “un ejército de santos y una nube de oraciones…” que salven por una segunda vez lo poco que queda de Cristiandad. 


Fuente: quenotelacuenten.org

viernes, 20 de septiembre de 2024

Un mensaje de Jim Caziebel, el protagonista de "La Pasión de Cristo"


Este importante actor de Hollywood tuvo su conversión durante el rodaje de la "Pasión de Cristo". Aquí un mensaje que dió en un reportaje en la TV norteamericana.  
 Es tan cierto este mensaje  que la verdad del espiritu santo habla, imponiendo la autoridad de Dios por sobre el mundo y su gloria pasajera. Esta es una verdad que se escribe con letras en las eternidad y por toda la eternidad, por el amor que nos mueve en Cristo.

"El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias".

Apocalipsis (3:5-6)


lunes, 2 de septiembre de 2024

Reflexiones espirituales: esa pequeña luz.

  Estas reflexiones pretenden ser una ayuda espiritual para quienes están realmente necesitados del verdadero amor que existió, existe y existirá por todos los siglos. Amor de aquel que habló del amor que Dios Padre tiene por todos los Hombres, pues toda la cración vino de Él.

 No puede verse una pequeña luz sino hay una gran oscuridad en todo nuestro entorno. Con esto no pretendo decir que la oscuridad es necesaria, -aunque todo este mundo muestre lo contrario-, sino que es el contraste de estos antagonismos lo que resalta la pequeñez y la infinitez que representa Dios en nuestra corta e peresedera vida mundana. Es esa pequeña luz la que quiere abrirse paso y gobernar pacificamente en los corazones oscuros de los seres humanos. Me refiero al Espiritu Santo, la segunda persona de la Santísima Trinidad.

 Desde ya, la oración será fundamental para que el paráclito reconforte nuestra confundida mente y nuestro atribulado corazón. Es el arma más eficaz contra la débil carne y contra la pobreza espiritual.

 No debemos dejarnos caer en la pereza del espiritu, pues la oración nos levantará de nuestras caídas cada día de nuestras vidas en este mundo. Si hay una mejor manera de combatir las fuerzas oscuras de nuestra mente, hagalo conocer.



 Lo primero que tenemos que saber es que a este mundo vinimos a aprender cosas relevantes al amor. Que sin amor nada tengo, pues todas las cosas se manejan por él. El mundo fue creado por amor y sigue girando por su misericordia. Desde la mismísima creación, todos los hombres fuimos puestos a prueba y muchos fracasaron, mientras otros fueron vistos con gran misericordia por Dios.

Ciclogenesis espiritual y temporal

 Ya fuimos carne de cañón cuando la humanidad fue casi extinta en el diluvio universal (Genesis 7:17) y el mismo Padre consagró a Noé y su familia a una de las pruebas más grandes que jamás haya visto la humanidad: sobrellevar la oscuridad por cuarenta días y cuarenta noches y más aún, con el solo sostén de una enorme arca en medio de una inmensa oscuridad. Lo que quedaba del antigüo mundo, se embarcó a pesar de los extremos oleajes y vientos inimaginados, propios de un apocalipsis cinematográfico.

 Lo que iba quedando del mundo se conmovió viviendo los grandes terremotos y cambios bruscos en la geografía de la Tierra antigüa, sin encontrar más remedio que la propia muerte. No quedaron testigos, pues muchos (por no decir la gran mayoría) fueron la causa, pues vivían en un gran pecado por su irremediable intransigencia contra el Creador.

 Lo que para algunos es visto como un evento sin explicación, para muchos es visto como un tremendo y valedero juicio de Dios. La oscuridad ya era la regla en la vida del Hombre en la Tierra, es por eso que se tomó semejante desición en los Cielos, para nada fácil por cierto.

 Si tomamos en cuenta las estaciones del tiempo en el año, todo cambio importante suele darse con un brusco cambio de temperatura. Eso mismo está destinado para nuestro tiempo, -si la humanidad no se arrepiente de sus pecados-, dicho cambio no llegará del agua (que lava y limpia), sino del fuego, que purifica y destruye.

 En palabras del apóstol Pedro:

 "También por medio del agua del diluvio fue destruido el mundo de entonces. Pero los cielos y la tierra que ahora existen, están reservados para el fuego por el mismo mandato de Dios. Ese fuego los quemará en el día del juicio y de la perdición de los malos" (2 Pedro 3:6-9)

 Es por ello que en nuestra pequeña existencia mundana debemos establecer una conexión con Dios antes que sea demasiado tarde. De alguna manera los tiempos se van acortando, porque nuestras vidas son cortas. Los días pasan cual horas y los años cual días y así sucesivamente.

 Pero para no irme del foco, insistó que Él sabe que somos esa pequeña luz titilante que oscila en la inmensa oscuridad. Nunca lejos de su inmenso espiritu santo. Él también vino como una luz casi tenue, -pero con mucha vida-, cuando reencarnó en un simple hombre, para enviarnos todo su infinito poder en el Espiritu.

 Él solo, enfrentó a un mundo que le castigó con vejámenes y lo sepultó en la tierra, para luego levantarse entre los muertos. ¿Quién de nosotros no quisiera levantarse de entre los muertos en vida para congraciarse con el Señor?

 Es cuestión de tener voluntad, la misma que nos hace andar por este mundo de luces y sombras. Qué el Espíritu de Dios ande siempre con ustedes. Amén.


lunes, 19 de agosto de 2024

Tres mensajes de la madre Angélica para el mundo

  Hace unos años la querida y venerada madre Angélica nos dejó para ir a la Casa del Padre. Ella fue un verdadero faro de luz y entendimiento para escuchar y comprender los misterios del Evangelio. 

 Con mucha Fé y humildad guió a muchas almas atribuladas. Evangelizó a muchos creyentes y convirtió a escépticos, convencida de que todos viviamos el Evangelio en nuestra pequeñez, supieramos o no de ello. 

 Ella era muy cercana a la predicación moderna del evangelio y a su aplicación a la vida común de hoy en día. Aquí tres mensajes de esta dedicada hermana en Cristo, que fue un instrumento de paz de Nuestro Señor, para la realización de la gran obra que fue y es EWTN (Eternal Word Television Network) 

 Esta cadena católica de televisión fue un verdadero milagro en vida de la madre Angélica para el mundo católico y no católico. Dicho canal se ve en decenas de países a lo largo y ancho del mundo entero.

 Aquí posteé tres breves mensajes sobre la presencia de Jesús en nuestras vidas: su magnifica presencia en la eucaristía y en el infinito amor que Él nos tiene a pesar de nuestras flaquesas y pecados.





miércoles, 9 de agosto de 2023

Oración para interceder por las almas

 Pongo en tus manos, las de Nuestro Señor Jesucristo y en Nuestra venerada y Santisima Madre, la virgen María.

 Con el alma confundida, pero predispuesta y penitente de tu siervo...

Para que iluminada por el Espiritu Santo

Se libere de las ataduras del mal, que por el poder de tu infinito amor sea liberada cual cadena ata a un reo.

Te pido perdón por el mal (pecado) que cometí y que por tu divina voluntad nos conduzcas por la senda del bien, que tantos frutos da a los designios de tu plan divino.

 Amén.


lunes, 25 de octubre de 2021

Se estrena en los EE.UU. película sobre el purgatorio

   En visperas del día de los Santos difuntos, se estrena una interesante película sobre las almas, y lo que pasa con ellas en el más allá.


jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Estamos cerca del fin del mundo? Algunas señales interesantes en los cielos explican que si.

 El 23 de septiembre de 2017 se verá la constelación de Virgo con el sol ascendiendo exactamente por detrás (la mujer vestida de sol). Esto tendrá lugar durante el centésimo aniversario de las apariciones de la “Mujer vestida de sol,” Nuestra Señora de Fátima en 1917. ¿Qué significa esto?

* * *
La gran señal en el cielo

 Si el Señor nos diera una señal, ¿seríamos capaces de reconocerla? Y si Él, como ya ha hecho en otras ocasiones, nos pusiera una gran señal en el cielo, un presagio de grandes y terribles sucesos, ¿nos daríamos cuenta? ¿Estamos tan ocupados como muchos que nos han precedido, que ni nos molestamos en mirar hacia arriba? Si el Señor nos enviara esa señal hoy mismo, ¿la veríamos? Y si llegásemos a verla, ¿nos importaría o la desecharíamos como una tonta superstición?

 ¿Qué pasaría si les dijera que se aproxima un portentoso suceso astronómico que en cuanto a precisión, contexto y momento se asemeja a la señal descrita en el libro del Apocalipsis? ¿Levantarían la mirada?

Apocalipsis 12,1-5

 “Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento.

 Y vióse otra señal en el cielo y he aquí un gran dragón de color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas.

 Su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra. El dragón se colocó frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo luego que ella hubiese alumbrado.

 Y ella dio a luz a un hijo varón, el que apacentará todas las naciones con cetro de hierro; y el hijo fue arrebatado para Dios y para el trono suyo".

La Estrella de Belén

 Antes de comenzar, es importante dejar claro el contexto. Es una parte innegable e incontestable de nuestra fe que hace 2000 años el Señor se valió de un suceso astronómico para comunicarse con el hombre: la Estrella de Belén. Muchas personas, al imaginar la Estrella de Belén, - si es que la imaginan -, piensan en una enorme estrella que brilló sobre la ciudad de David, tan obvia para todos que hizo que los magos emprendieran un largo viaje para conocer al rey prometido.

 Sabemos que esa versión es incorrecta porque cuando los Magos llegaron a Jerusalén, a tan sólo 8 kilómetros de Belén, tuvieron que explicar lo que vieron y por qué lo interpretaron de esa manera. El rey Herodes, su corte y el resto de Jerusalén ignoraban en buena parte lo de la Estrella de Belén. La gente de aquella ciudad, como nosotros, estaba ocupada trabajando para su familias y en sus quehaceres diarios. Aunque esa gran señal que anunciaba el nacimiento del Salvador, el propio Hijo de Dios, la tenían encima de su cabeza, no la notaron ni les importó.

 Para comprender el contexto de la señal de Apocalipsis 12, es útil examinar más a fondo dicha Estrella. ¿Qué era la Estrella de Belén y por qué la vieron los magos cuando nadie más la había visto? Pues muy sencillo: porque prestaban atención.

 Hay un supuesto convincente que sostiene que la Estrella de Belén fue una serie de sucesos astronómicos normales que dieron lugar a conjunciones muy excepcionales que anunciaban simbólicamente el nacimiento de un rey. Es importante resaltar que esto no tiene nada que ver con la astrología.

 La astrología se define en alguna enciclopedia como:

 “Arte de adivinación que intenta predecir acontecimientos terrestres y humanos mediante de la observación e interpretación de estrellas fijas, el Sol, la Luna, y los planetas. Sus partidarios creen que entendiendo la influencia de los planetas y estrellas sobre los asuntos de la tierra permite vaticinar el destino de las personas, sociedades y naciones e influir en ellos”.

 La Iglesia Católica condena sin rodeos la astrología, así como toda forma de adivinación (CIC 2116). Pero las señales no son adivinaciones del destino basadas en las estrellas, sino un símbolo astronómico regular si se tiene en cuenta que algunas veces el Señor del universo se sirve de su creación para comunicarse con el hombre. La Biblia está llena de casos que lo confirman. El Salmo 19 dice:

 "Los cielos atestiguan la gloria de Dios y el firmamento predica las obras que Él ha hecho. Cada día transmite al siguiente este mensaje, y una noche lo hace conocer a la otra. Si bien no es la palabra, tampoco es un lenguaje cuya voz no pueda percibirse. Por toda la tierra oye su sonido, y sus acentos hasta los confines del orbe". SALMO 19,1-5

 San Pablo cita este salmo en la epístola a los Romanos, cuando afirma que los judíos estaban al tanto de la venida del Mesías:

 "La fe viene, pues, del oír, y el oír por la palabra de Cristo. Pero pregunto: ¿Acaso (los judíos) no oyeron? Al contrario. “Por toda la tierra sonó su voz, hasta los extremos del mundo sus palabras”. ROMANOS 10,17-18

 San Pablo deja claro que los judíos sabían sobre el Mesías porque los cielos se lo habían dicho. Obviamente, Pablo no avala la astrología; se limita a indicar que Dios puede servirse de los cielos para anunciar sus planes, y de hecho lo hace. Puede decirse mucho más sobre la diferencia entre la astrología y la comprensión de las señales en los cielos, pero de momento nos limitaremos a señalar que buscar en el cielo la confirmación y el anuncio de los planes de Dios es legítimo dentro de un contexto u aplicación apropiados.

 Entonces, ¿qué era la Estrella de Belén? Como he dicho, hay un supuesto convincente que sostiene que fue una serie de sucesos astrológicos con un simbolismo elocuente. Se puede encontrar más información [en inglés] en BethlehemStar.net, pero intentaré resumirlo.

 Entre los años 3 y 2 a.C. ocurrió una triple conjunción entre Júpiter (el planeta rey, en movimiento retrógrado) y Regulus (la estrella reina). Probablemente, los Magos interpretaron esta triple conjunción como un enorme anuncio de neón en el cielo, que titilaba como diciendo: REY-REY-REY.


 Todo empezó con el Año Nuevo judío y en la constelación de Leo (el león, símbolo de la tribu de Judá). Por lo tanto, representaba claramente al rey de los Judíos, de la tribu de Judá. La señal era muy clara para los que estuvieran familiarizados con el Mesías. Es más, justo detrás de Leo ascendía la constelación de Virgo, con el sol por detrás y la luna a sus pies.

 Luego de esta increíble conjunción triple, Júpiter comenzó a avanzar por el cielo hacia el oeste, hasta ponerse en conjunción con Venus, planeta asociado con la maternidad. La conjunción del rey de los planetas con la madre de los planetas fue tan próxima que formaba el objeto más brillante del firmamento. Jamás se había visto algo así.

 Toda esta simbología del rey de Judá y de la Virgen bastó para movilizar a los Magos hacia Jerusalén, pero se puede entender que el ciudadano medio de aquella ciudad no lo notara.

 Júpiter continuó avanzando hacia el oeste hasta que se detuvo. Cuando lo hizo (visto desde Jerusalén), lo hizo al sur, sobre el pueblo de Belén, el 25 de diciembre del año 2 a.C. Esto se ve claramente con un programa astronómico moderno que muestra el cielo en cualquier fecha de la historia y desde cualquier perspectiva. Gracias a esta tecnología, no sólo podemos estudiar los cielos del pasado sino también los del futuro.

 En el contexto que acabo de describir, dirigimos la mirada a los cielos del futuro, que una vez más nos muestran señales muy simbólicas.

 Repasemos los primeros versículos de Apocalipsis 12.

 "Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas, la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento.”

 El autor del Apocalipsis indica claramente que esta visión es una señal en el cielo. ¿Qué veremos en el cielo en un futuro cercano?

 El 20 de noviembre de 2016 se iniciará un suceso astronómico que durará nueve meses y medio y culminará en una sorprendente coincidencia con la visión del Apocalipsis 12. Si bien no soy astrónomo, mis investigaciones indican que este suceso astronómico, en todos sus detalles, es único en la historia de la humanidad.

 El 20 de noviembre de 2016, Júpiter (el planeta rey) entrará en el cuerpo (vientre) de la constelación de Virgo (la Virgen). Júpiter, en movimiento retrógrado, pasará los siguientes 9 meses y medio dentro del vientre de Virgo. Este período coincide con un período normal de gestación de un bebé.

 Luego de esos 9 meses y medio, Júpiter saldrá del vientre de Virgo. Junto con la salida de Júpiter (nacimiento), el 23 de septiembre de 2017, veremos la constelación de Virgo con el sol ascendiendo por detrás (la mujer vestida de sol). A los pies de Virgo, veremos a la luna. Y sobre su cabeza encontraremos una corona de doce estrellas, formada por las nueve habituales de la constelación de Leo, sumadas a los planetas Mercurio, Venus y Marte.

 Es una serie de acontecimientos verdaderamente sorprendente, y tiene un llamativo grado de coincidencia con la visión del Apocalipsis 12.

 ¿Cuál es el significado de todo esto, si es que lo tiene? La respuesta es obvia: no lo sabemos. Ahora bien, tampoco estamos lejos de un contexto posible.

 Da la casualidad de que estos sucesos tendrán lugar durante el centésimo aniversario de las apariciones de “la Mujer vestida de sol”, Nuestra Señora de Fátima en 1917. La culminación de estos sucesos astronómicos ocurrirá tan sólo tres semanas antes de que se cumplan cien años del gran milagro de Fátima, en el que el sol “bailó” (otra señal celeste), lo cual fue presenciado por millares de personas.

 Ha transcurrido casi un siglo desde entonces, y durante ese tiempo hemos visto cumplirse las advertencias de Nuestra Señora con gran precisión. La gente no ha dejado de ofender a Dios, hemos visto guerras terribles, naciones devastadas, los errores de Rusia desparramados por el mundo entero y, a decir verdad, incluso dentro de la Iglesia. Y todavía esperamos que se cumplan sus promesas, el triunfo de su Inmaculado Corazón y un período de paz para el mundo entero.

 Lo que no es tan conocido es que en de la historia de Fátima hay indicaciones sobre la importancia que puede tener un período de cien años. En agosto de 1931, Sor Lucía se hospedó con una amiga en Rianjo (La Coruña, España). Nuestro Señor se le apareció allí para quejarse porque las peticiones de su Madre no habían sido atendidas, y dijo: “Participa a mis ministros que, en vista de que siguen el ejemplo del Rey de Francia dilatando la ejecución de mi petición, también lo han de seguir en la aflicción. Nunca será tarde para recurrir a Jesús y a María.”

 Y luego en otro texto, Sor Lucía citó a Nuestro Señor diciendo “No han querido atender mi petición… Al igual que el Rey de Francia se arrepentirán, y la harán, pero ya será tarde. Rusia habrá esparcido ya sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia. El Santo Padre tendrá que sufrir mucho.”

 Las menciones al rey de Francia resultan interesantes con relación a lo que estamos exponiendo, ya que refieren explícitamente a las peticiones que hizo el Sagrado Corazón al rey de Francia el 17 de junio de 1689 por medio de Santa Margarita María Alacoque. Luis XIV y sus sucesores no respondieron al pedido de Nuestro Señor de consagrar a Francia al Sagrado Corazón de Jesús. Como resultado, el 17 de junio de 1789, exactamente cien años después del día de la petición, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa se adueñó del gobierno de Francia y despojó al monarca de su poder. Más tarde, el rey perdió su cabeza en la revolución. Hubo persecuciones a la iglesia y ejecuciones a religiosos.

 No es posible saber hasta qué punto tiene valor la alusión a este período de cien años, o si el cronómetro ha empezado a correr y cuándo, pero es interesante y relevante en el contexto de lo que decimos.

 Y por supuesto, muchos conocen ya la visión del papa León XIII en la que dijo haber oído que se le concedieron a Satanás cien años para intentar destruir la Iglesia. Inmediatamente después de esta visión, León XIII compuso la oración a San Miguel Arcángel en la que se ruega que nos defienda en la batalla y sea nuestra defensa contra la perversidad y acechanzas del demonio. Después agregó las oraciones leoninas al final de la misa, las cuales suprimió el Concilio Vaticano II.

 Mientras vivimos tiempos turbulentos dentro de la Iglesia, en que se desechan y subestiman los cimientos de la fe y hasta las propias palabras y mandamientos de Nuestro Señor, es imposible no recordar la visión del papa León XIII.

 A propósito de la crisis actual, en esta era de falsa misericordia debo recalcar que la fecha en que comenzará el suceso astronómico, el 20 de noviembre de 2016, es la misma en que finaliza el Año de la Misericordia decretado por el papa Francisco. Y es nada menos que el mismo día de la fiesta de Cristo Rey.

 En conclusión, vuelvo a insistir que no soy dueño de la verdad en cuanto al significado del suceso astronómico descrito, si es que lo tiene. Más aún, no afirmo conocer el futuro ni acontecimientos futuros relacionados con el cumplimiento de las promesas de Fátima. He escrito lo anterior porque me encuentro en una situación parecida la de los Magos de hace 2000 años. Levanto los ojos al cielo y digo: “Señor, tienes toda mi atención.”

Vídeo explicativo:



[Nota del autor: En el siguiente artículo me propongo exponer una serie de hechos y observaciones sin llegar a una conclusión definitiva. Sin embargo, estos hechos y observaciones son de una naturaleza tal que se prestan a ser malinterpretados cuando se observan y se informa de ellos. Quiero dejar claro que en el presente artículo no pretendo vaticinar nada. Me limito a hacer unas observaciones sobre unos fenómenos que se avecinan, tanto por parte del cielo como de los hombres, que pueden resultar interesantes y de los que habría que estar al tanto.]


De Patrick Archbold.

Fuente: www.adelantelafe.com